
Edgeley Park, Stockport (Manchester), mitad de temporada: Jimmy Gannon, exjugador y leyenda del equipo local mantiene a su equipo bordeando los puestos de descenso; los rumores de cese recorren la ciudad. Tras una nueva derrota, y mientras la grada corea en su honor el “Jimmy Gannon blue&white army”, el máximo accionista le cesa. El equipo terminaría bajando y sumido en una crisis institucional histórica.
El Molinón, Gijón, final de la primera vuelta: tras convertirse en el héroe de toda una ciudad, Manolo Preciado tiene al Sporting funambulando entre los puestos de descenso y la salvación. Tras semanas de rumores, y mientras aparecen pancartas de apoyo y cánticos a su favor, finalmente es cesado dejando al equipo a solo 3 puntos de la salvación. El equipo terminaría bajando y sumido en una crisis institucional histórica.
Un entrenador llega a un equipo, no cumple con el objetivo marcado, y es cesado. Hasta ahí normal, o al menos, habitual. La sorpresa viene cuando, pese a ello, la afición se moviliza para que la directiva no le eche. Algo falla, ¿por qué lo hacen entonces, si el fútbol trata de ganar, o al menos, de lograr un objetivo deportivo? Hay muchos factores: la desigual relación recursos-objetivo, el derecho (ganado a pulso) a que confíen en uno, la prisas y la ambición inmediata como cáncer del fútbol… pero en el fondo de todo esto existe algo más intangible e idealista, una especie de resistencia a la mercantilización y modernización del fútbol: Leer más de esta entrada