Hearts-Kilmarnock en «Cola» de Irvine Welsh

1965, el año de la alternativa.

Seguimos con fútbol escocés ya que este fin de semana se enfrentan el Kilmarnock y el Hearts en la liga escocesa. Hoy en día ese partido a la mayoría de gente no nos dice nada, dos equipos escoceses más que viven bajo la dictadura de los dos grandes. Sin embargo hubo un día en que esto no fue así. La liga escocesa se decidía en el último partido. Se enfrentaban los dos equipos que tenían posibilidades de llevarse el título, y esta vez no eran ni Celtic ni Rangers.

La temporada 64/65 fue la peor de la Old Firm y la mejor de los equipos modestos, sobretodo del Hearts y del Kilmarnock.  Por un lado aspiraba al título el Heart of Midlothian, equipo de los protestantes y unionistas de Edimburgo. Por el otro el Kilmarnock FC,  equipo más antiguo de Escocia procedenteo de la pequeña ciudad de 40.000 habitantes de la que toma su nombre. Contra todo pronóstico el Kilmarnock venció el duelo y se llevó su primera y única liga.

El escritor escocés Irvine Welsh, en su muy recomendable novela «Cola» (Glue), hace una pequeña referencia a esta historia en los recuerdos de uno de los protagonistas del libro:

Carl Ewartt – El Taller

[…] Sí, el fin de semana que se avecinaba tenía cada vez mejor pinta. El Kilmarnock jugaba en Dunfermline por la mañana y Tommy McLean estaba en forma otra vez. El Hombrecito suministraría los pases con los que se pondrían las botas Eddie Morrison y el nuevo fichaje, Mattie. Mathie y el otro jovenzuelo, McSherry se llamaba, parecían ambos buenas promesas. A Duncan siempre le había gustado ir a Dumfermline, pues los consideraba como una versión costa este del Kilmarnock; ambos eran equipos de pequeñas ciudades de los distritos mineros que habían tocado la auténtica gloria en los diez últimos años y que habían batallado contra algunos de los mejores equipos de Europa.

“Estos puñeteros autobuses no valen para nada”, dijo a voz en grito un tipo mayor que llevaba gorra de visera y fumaba Capstan, interrumpiendo su reflexión. “Veinticinco minutos llevo esperando. Nunca debieron quitar los tranvías”.

“Desde luego”, sonrió Duncan, retornando lentamente a sus previsiones acerca del fin de semana.

“Nunca debieron quitar los tranvías”, repitió el vejete para sus adentros.

Desde que se exilió en Edimburgo, por lo general Duncan dividía su tarde del sábado entre Easter Road y Tynecastle1. Siempre había preferido este último, no porque le quedara más a mano sino porque siempre le atría recuerdos de aquel gran día de 1964 cuando, durante el último partido de la temporada, los Hearts solo tenían que empatar en casa con el Kilmarnock para ganar el campeonato. Incluso podían permitirse perder uno-cero. El Kilmarnock necesitaba ganar por dos goles para alzarse con la victoria por primera vez en su historia. Nadie fuera de Ayrshire2 pensaba que tuvieran gran cosa que hacer, pero cuando Bobby Ferguson efectuó aquella gran parada ante Alan Gordon, Duncan sabía que aquél iba a ser su día. Y cuando se quedó por ahí bebiendo durante tres días, Maria no se quejó.

Acababan de comprometerse, así que era pasarse mucho, pero ella se lo tomó bien. Eso era lo que le maravillaba de ella, que lo entendía: sabía lo que significaba para él y sin que él tuviera que decirlo, sabía que él no era un aprovechado.

The Wonder of You. Duncan pensó en Maria, en la magia que le transmitía, en lo afortunado que había sido al encontrala. En cómo le pondría la canción aquella noche, a ella y al peque. Bajándose en Junction Street, Duncan pensó en cómo la música siempre había sido el eje de su vida, en cómo siempre palpitaba de emoción infantil cuando se trataba de comprar un disco. Todas las semanas era el día de Navidad. Aquella sensación de expectación: no se sabía si tendrían lo que quería, si se habría agotado o qué. Incluso podía tener que irse a encargarlo a Bandparts el sábado por la mañana. A medida que iba acercándose a Ards, empezaba a sentir un nudo en la garganta, y un palpitar en el corazón. Tirando del pomo de la puerta, entró y se dirigió al mostrador. Allí estaba Big Liz, con una gruesa capa de maquillaje y los cabellos tiesos y enlacados, se le iluminó la cara al reconocerle. Le mostró una copia de The Wonder of You. “Pensé que quizá estuvieras buscándolo, Duncan”, dijo, cuchicheando a continuación: “Lo guardé para ti”.

“Ay, estupendo Liz, eres genial”, sonrió él, desprendiéndose con impaciencia de su billete de diez chelines.

“Me debes una copa, eh”, dijo ella enarcando las cejas, subrayando seriamente su palique coquetón.

Ducan forzó una sonrisa evasiva. “Si llega al número uno”, contestó, tratando de no sonar tan desconcertado como se sentía. Dicen que siempre te tiran más los tejos cuando te casas, y era cierto, meditó. O quizás solo fuera que te fijas más.

Liz se rió con excesivo entusiasmo ante aquella respuesta forzada, haciendo que Duncan sintiese aún más ganas de abandonar la tienda. Mientras salía por la puerta la oyó decir: “¡Te recordaré lo de esa copa!”.

Duncan se sintió algo incómodo durante otro par de minutos. Pensó en Liz, pero incluso aquí, en la calle que daba a la tienda de discos, era incapaz de recordar el aspecto que tenía. Ahora solo veía a Maria.

Pero había conseguido el disco. Era un buen augurio. Seguro que el Kilmarnock ganaría, aunque con los cortes del suministro eléctrico no se sabía cuánto duraría el fútbol, pues pronto empezaría a anochecer temprano. Sin embargo, era un pequeño precio a pagar por librarse de aquel hijoputa de Hearth y de los tories. Era cojonudo que aquellos mamones ya no pudieran seguir vacilándoles a los trabajadores.3

Sus padres, decididos a que no siguiera los pasos de su padre y tuviera que bajar a la mina, había hecho muchos sacrificios. Insistieron en que cursara un aprendizaje y aprendiera un oficio. Así que enviaron a Duncan a vivir con una tía suya en Glasgow mientras cumplía el periodo estipulado en un taller de Kinning Park.

Glasgow era grande y tosca, y para su sensibilidad pueblerina resultaba emocionante y violenta, pero él caía bien y era popular en la fábrica. Su mejor amigo en el trabajo era un tío llamado Mart Muir, de Govan, que era un seguidor fanático de los Rangers y un comunista de los de carné. En su fábrica todo el mundo apoyaba a los Rangers y en tanto que socialista, sabía, cosa que le avergonzaba, que tanto él como sus compañeros de trabajo habían accedido al aprendizaje gracias a los contactos de su familia con la masonería. Su propio padre no veía contradicción alguna entre el socialismo y la masonería, y muchos de los parroquianos de Ibrox de la fábrica eran socialistas en activo, e incluso, en algunos casos, como el de Matt, comunistas de carné. “Los primeros hijos de puta en llevarse lo suyo serán esos cabrones del Vaticano”, explicaba con entusiasmo, “esos cabrones van a ir derechitos al paredón”. […]

1 Easter Road, estadio del Hibernian y Tynecastle estadio del Hearts (N. de IdealesDelGol).
2 Condado del que Kilmarnock es capital (N. de IdealesDelGol).
3 Alusión a las huelgas mineras de invierno de 1972, que provocaron la caída del gobierno conservador de Hearth (N. del Traductor en el original).

One Response to Hearts-Kilmarnock en «Cola» de Irvine Welsh

  1. Txema says:

    Jajaja, menuda frase final. Tiene buena pinta el libro: música, familia, fútbol, política…vida real.

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